sábado, 22 de febrero de 2014

Este año Mafalda cumple 50 años

Últimamente me he estado acordado mucho de este chiste:


Mafalda es de esas tiras cómicas que puedo leer y releer y siempre encontrarle nuevos significados e implicaciones. 

No estoy seguro de que el hecho de que siga siendo actual es motivo de alegría o de decepción, pero que bueno que tenemos a Mafalda. 

Tal vez después debería escribir algo más de Mafalda y Quino, pero ya veremos

lunes, 17 de febrero de 2014

Diferentes lecturas para diferentes edades, aunque son los mismos libros

Hace un par de años platicaba con EPriani sobre el Hobbit, el libro, supongo que a partir de la película de Peter Jackson. Me decía que el no creía que el libro fuera una fábula juvenil sino todo lo contrario; que muy seguramente era una deformación de los ex alumnos del Cole Madri -sus hijos tienen la misma opinión del libro y también estuvieron en el Colegio- pues es una buena costumbre leer a Tolkien en la secundaria del Madrid; que él lo leyó en la Facultad y que leyó una historia más adulta. 

Me pareció un buen punto, entre otras cosas por la cronología: cuando Ernesto entraba a la Facultad mi hermano Rodrigo estaba a la secundaria. De mi hermano mayor todos los demás asumimos a Tolkien como una lectura "de la época en la que uno deja de ser... y llega a ser...", es decir, de transición, de la adolescencia, una lectura juvenil. De hecho no soy el único, todos mis amigos que leyeron El Hobbit y El Señor de los Anillos en secundaria tienen hermanos mayores mas o menos de la edad de mi hermano. 

De modo que el libro se popularizó en la misma época pero debido a las diferentes edades cada cuál lo leyó de distintas maneras y pasó al acervo cultural de cada familia según la época en la que los primeros miembros de cada familia lo leyó. Creo que pasó un poco lo mismo con La conjura de los necios, que a Priani no le gustó -o no ha podido con él-, y yo a mis 14 años lo devoré porque decían que ese sería mi futuro (un chiste entre halagador y ofensivo de parte de una de mis maestras más estimadas e importantes en esa etapa formativa). 

No vi la segunda parte del Hobbit, la película, porque quería re-leer antes el libro, pero seguramente se me cruzó un perro con un jamón o que tenía la cola peluda y es un pendiente que tengo. 

Lo que sí hice fue re-leer a José Emilio Pacheco a partir de su muerte. Ya saben, esa especie de compromiso intelectualoide de recordar porque es importante leerlo y porque hay que leer lo que uno no conoce, como yo, que de su poesía no había leído nada, pero eso merecería una entrada aparte, y esta esta aquí un poco por el insomnio, un poco por el fin de semana que termina. 

Volver a leer El principio del placer y Las batallas en el desierto después de tantos años me hizo entender mejor la idea de Ernesto. Seguramente la primera vez que los leí en la secundaria, habré centrado mi atención casi completamente en el tema del amor, de la iniciación en el trato con el sexo opuesto, y la muchas veces frustrada y frustrante iniciación en el intercambio carnal con ellas (ájale, sólo me falto decir algo sobre los pecados veniales o algo así para sonar completamente anacrónico). Debo aceptar que en esa época tenía buenas razones para pensar así, me identificaba con los dos personajes y sus dos diferentes modalidades de amor no correspondido. 

- El de Las batallas en el desierto con una mujer mayor, porque como muchos otros tuve una muy seria infatuación, o enculamiento, o como quieran decirle, con una maestra, no tantos años mayor y que no era particularmente guapa ni estaba buenísma ni era objeto de deseo de otros compañeros, pero a mi me gustaba mucho (y ya, lo dije, ni modo, pueden burlarse de mi, y cabe aclarar que no es la otra maestra que me recomendó el libro de John Kennedy Toole). 

- Y el de El principio del placer con una chica de mi edad, pero que claramente tenía una idea más clara que yo de qué es lo que quería -y con quién lo quería- y que yo no figuraba en todos sus planes. La ventaja en este caso es que la chica en cuestión, con la que tuve muchos intentos de acercamiento y de entendimiento ahora es una amiga muy querida, sin la cual mi juventud podría haber sido tal vez más sencilla, pero mas aburrida, y menos... menos "de nosotros" (esto no lo voy a balconear, porque quien me conozca y tenga dos gigas de memoria sabrá quien es).

Supongo que a esa edad uno se atribula demasiado con esas preocupaciones y además encuentra por todos lados buenos argumentos y buenas refutaciones a lo que le está pasando, y mas si es literatura juvenil, esa en la que los personajes dejan de ser uno y llegan a ser otro aunque sean el mismo. O como pasa con los libros, como dice el título de esta entrada.

Lo que leí ahora en José Emilio Pacheco es menos la anécdota juvenil en sí misma como el hecho de recordarlas, el hecho de escribir y recuperar parte del pasado, pero no para revivirlo, sino para detener, o para acelerar la pérdida de ese pasado, aceptar que se ha terminado, que no hay más, que es tiempo de pasar a otras cosas, de dejar a los muertos muertos y a las relaciones rotas fuera de nosotros. Lo noté en la descripción constante que hace no sólo de como pasan los días mientras cuenta la historia, sino como va poniendo una sobre otra distintas medidas del paso del tiempo mientras cuenta una anécdota de semanas o meses. Es decir, indica en el paso de un día a otro también un paso más de semanas, y de meses, y de años. 

También la forma en que describe la forma en que la ciudad se transforma, en que decae, en la que coexisten y cohabitan distintos parajes de la ciudad, que aparecen y desaparecen, concretamente en la Colonia Roma. En Morirás lejos el recurso lo lleva a un extremo mas amplio, pues lo que coexiste sin estar realmente todo junto son los personajes con muy distintas historias y circunstancias. 

Esta relación o nueva visión a partir de la nostalgia y del paso del tiempo me ayudo a poder nombrar o señalar la sensación que tengo cada vez que vuelvo a Colima, la ciudad de mis abuelos que no es a misma en la que ellos nacieron y crecieron, ni la ciudad en la que nació mi padre pero no creció en ella, ni la que yo visitaba cuando era niño, y que a partir de la muerte de mi abuela dejé de visitar con frecuencia. Y sé que últimamente traigo la angustia -un poco pendeja- de saber que hay mucha gente que son mayores y que como todos habrán de morir y que no hay nada que uno pueda hacer al respecto más que aprovechar mientras todavía están aquí, mientras en el fondo, como la escenografía de un teatro va cambiando sin que uno se de cuenta sino hasta el final de la obra, o de una época. 

Creo que en cierta forma, parte de la obra de Tolkien tiene que ver con eso, con lo inexorable de la muerte para los seres humanos, con la corrupción que produce la codicia y la ansiedad ante lo inevitable, con el decaimiento de la tierra media y de cómo las cosas se van transformando, sin poder decir si para bien o para mal, pues el fin de la tierra media da paso a la era de los hombres, a la nuestra, pues.

Quizás en esta relectura de los libros estoy poniendo, de nuevo, demasiado de mi mismo, pero no hay otra cosa que pueda hacer, no puedo leerlos como alguien más ni de manera absolutamente objetiva y/o desprendida. Creo que una de las cosas más gratificantes e importantes de leer literatura es la posibilidad de leer-se en cada lectura. 

En fin, es importante leer a José Emilio Pacheco, háganlo, no por compromiso intelectualoide, sino porque les puede hablar de ustedes mucho más de lo que imaginan. 

lunes, 10 de febrero de 2014


Está decidido: dejaré de compra libros y discos hasta que logre revelar todos mis rollos pendientes... 

Y re-leyendo eso, publicado en blogger me hace pensar que sólo me faltaría mandar mensajes por fax e ir al trabajo en un Tiranosaurio Rex... pero nah, al diablo.